A propósito dos 18.000 abortos que se diz serem feitos anualmente em Portugal e que o semanário Sol trouxe ontem de novo à baila (quanto à credibilidade a dar aos números, recomendo ainda este texto), pensei ser oportuno recordar aqui um artigo de uma das figuras maiores da filosofia da Espanha do século XX, Julián Marías, falecido nos finais de 2005, que foi publicado no jornal ABC, em 9 de Dezembro de 2004. Transcrevo-o em espanhol, mas acrescentei uma tradução portuguesa que encontrei on line e que, numa leitura superficial, me pareceu correcta.
La cuestión del aborto
La espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten «por fe»; se entiende, por fe en la ciencia.
Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer.
Esta visión ha de fundarse en la distinción entre «cosa» y «persona», tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre «qué» y «quién», «algo» y «alguien», «nada» y «nadie». Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «qué pasa?» o ¿qué es eso?». Pero si oigo unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntarés «¿qué es», sino «¿quién es?».
Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical «innovación de la realidad»: la aparición de una realidad «nueva». Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter, viene de ahí y no es rigurosamente nuevo.
Diremos que «lo que» el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es «reductible» a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, en muchos sentidos «única», pero al fin una cosa. Su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante.
«Lo que» es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero «el hijo» no es «lo que» es. Es «alguien». No un «qué», sino un «quién», a quien se dice «tú», que dirá en su momento «yo». Y es «irreductible a todo y a todos», desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir «yo» se enfrenta con todo el universo. Es un «tercero» absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre.
Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre se dice una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a a tener un niño»; no dice «tengo un tumor».
El niño no nacido aún es una realidad «viniente», que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteroesclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma).
A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte.
Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal «no debe vivir», ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno.
Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la «hembra embarazada»), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto. Se habla de la «mujer objeto» y ahora se piensa en el «niño tumor», que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo de su madre, sino «alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre», ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y por la fuerza me lo impiden.
El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo uso del «quién», de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad.
¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso de «despersonalización», es decir, de «deshominización» del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana? Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final.
A mulher objecto e o menino tumor (excertos)
A espinhosa questão do aborto voluntário pode colocar-se de maneiras muito diversas. Entre os que consideram a inconveniência ou ilicitude do aborto, o problema mais frequente é o religioso. Mas costuma-se responder que não se pode impor uma moral “particular”.
Há outra posição que pretende ter validade universal, que é a científica. As razões biológicas, concretamente genéticas, consideram-se demonstráveis, concludentes para qualquer pessoa. Mas as suas provas não são acessíveis à imensa maioria dos homens e mulheres, que as admitem “por fé”; entende-se: por fé na ciência. Creio que faz falta uma abordagem elementar, acessível a qualquer pessoa, independentemente de conhecimentos científicos ou teológicos, que poucos possuem, de uma questão tão importante, que afecta milhões de pessoas e a possibilidade de vida de milhões de crianças, que nascerão ou deixarão de nascer.
Esta visão há-de fundamentar-se na distinção entre “coisa” e “pessoa”, tal como aparece no uso da língua. Todas as pessoas distinguem, sem a menor possibilidade de confusão, entre “quê” e “quem”, “algo” e “alguém”, “nada” e “ninguém”. Se se ouvir um grande ruído estranho, alarmar-me-ei e perguntarei: “que se passa? ou “o que é isso? Mas se ouço uma pedinte à porta, nunca perguntarei “que é?”, mas “quem é?”.
Perguntar-se-á que tem isto a ver com o aborto. O que aqui me interessa é ver em que consiste, qual é a sua realidade. O nascimento de uma criança é uma radical “inovação de realidade”: a aparição de uma realidade “nova”. Dir-se-á que deriva ou vem de seus pais. Sim, de seus pais, dos seus avós e de todos os seus antepassados; e também do oxigénio, do nitrogénio, do hidrogénio, do carbono, do cálcio, do fósforo e de todos os demais elementos que intervêm na composição do seu organismo. O corpo, o psíquico, até o carácter, vêm daí e não é rigorosamente novo.
Diremos que “o que” o filho é deriva de tudo isso que enumerei, é “redutível” a isso. É uma coisa, certamente animada e não inerte, em muitos sentidos “única”, mas ao fim e ao cabo uma coisa. A sua destruição é irreparável, como quando se parte uma peça que é exemplar único. Mas ainda não é isso o importante.
“O que” é o filho pode reduzir-se a seus pais e ao mundo; mas “o filho” não é “o que”, é. É “alguém”. Não um “quê”, mas um “quem”, a quem se diz “tu”, que responderá “eu”. E é “irredutível a tudo e a todos”, desde os elementos químicos até aos seus pais, e ao próprio Deus, se pensamos nele. Ao dizer “eu” enfrenta-se com todo o universo. É um “terceiro” absolutamente novo, que se acrescenta ao pai e à mãe.
Quando se diz que o feto é “parte” do corpo da mãe, diz-se uma insigne falsidade, porque não é parte: está “alojado” nela, implantado nela (nela e não meramente no seu corpo). Uma mulher dirá: “estou grávida” e nunca “o meu corpo está grávido”. É um assunto pessoal por parte da mãe. Uma mulher diz: “vou ter um filho”; não diz: “tenho um tumor”.
O menino ainda não nascido é uma realidade “vindoura”, que chegará se não o pararmos, se não o matarmos no caminho. E se se diz que o feto não é um “quem”, porque não tem uma vida pessoal, haveria que dizer o mesmo do menino já nascido durante muitos meses (e do homem durante o sono profundo, a anestesia, a arteriosclerose avançada, a extrema senilidade, o coma).
Às vezes usa-se uma expressão de refinada hipocrisia para denominar o aborto provocado: diz-se que é a “interrupção da gravidez”. Os partidários da pena de morte têm as suas dificuldades resolvidas. A forca ou o garrote podem chamar-se “interrupção da respiração”, e com uns minutos basta. Quando se provoca o aborto ou se estrangula, mata-se alguém. E é uma hipocrisia mais considerar que há diferença consoante o estado de gestação em que se encontre o menino que vem, a que distância de semanas ou meses do nascimento vai ser surpreendido pela morte.
Com frequência se afirma a licitude do aborto quando se julga que provavelmente o que vai nascer (o que ia nascer) seria anormal, física ou psiquicamente. Mas isto implica que o que é anormal “não deve viver”, já que essa condição não é provável, mas segura. E haveria que estender a mesma norma ao que chega a ser anormal por acidente, doença ou velhice. E se se tem essa convicção, há que mantê-la com todas as suas consequências; outra coisa é actuar como Hamlet no drama de Shakespeare, que fere Polónio com a sua espada, quando este está oculto detrás da cortina. Há os que não se atrevem a ferir, salvo quando a vítima está oculta – pensava-se que protegido – no seio materno.
E é curioso como se prescinde totalmente do pai.
Atribui-se a decisão exclusivamente à mãe (mais adequado seria falar da “fêmea grávida”, sem que o pai tenha nada que dizer sobre se deve matar ou não o seu filho. Isto, obviamente, não se diz, passa-se por alto. Fala-se da “mulher objecto” e agora pensa-se no “menino tumor”, que se pode extirpar como um abcesso repugnante. Trata-se de destruir o carácter pessoal do humano.
Por isso se fala do direito a dispor do próprio corpo. Mas, para além de que o menino não é parte do corpo da sua mãe, mas “alguém corporal implantado na realidade corporal da sua mãe”, esse suposto direito não existe. A ninguém é permitida a mutilação; os outros e o próprio poder público impedem-no. Se eu me quiser atirar duma janela, vêm a polícia e os bombeiros e impedem-me pela força de o fazer. (…)
Não se tratará disto precisamente? Não estará em curso um processo de “despersonalização”, isto é, de “desumanização” do homem e da mulher, as duas formas irredutíveis, mutuamente necessárias, em que se realiza a vida humana?
Se as relações de maternidade e paternidade são abolidas, se a relação entre os pais fica reduzida a uma mera função biológica sem perdurar para além do acto de geração, sem nenhum significado pessoal entre as pessoas implicadas, que fica de humano em tudo isso? E se isto se impõe e generaliza, se a Humanidade viver de acordo com esses princípios, não terá comprometido, quem sabe até quando, essa mesma condição humana? (...)
Há outra posição que pretende ter validade universal, que é a científica. As razões biológicas, concretamente genéticas, consideram-se demonstráveis, concludentes para qualquer pessoa. Mas as suas provas não são acessíveis à imensa maioria dos homens e mulheres, que as admitem “por fé”; entende-se: por fé na ciência. Creio que faz falta uma abordagem elementar, acessível a qualquer pessoa, independentemente de conhecimentos científicos ou teológicos, que poucos possuem, de uma questão tão importante, que afecta milhões de pessoas e a possibilidade de vida de milhões de crianças, que nascerão ou deixarão de nascer.
Esta visão há-de fundamentar-se na distinção entre “coisa” e “pessoa”, tal como aparece no uso da língua. Todas as pessoas distinguem, sem a menor possibilidade de confusão, entre “quê” e “quem”, “algo” e “alguém”, “nada” e “ninguém”. Se se ouvir um grande ruído estranho, alarmar-me-ei e perguntarei: “que se passa? ou “o que é isso? Mas se ouço uma pedinte à porta, nunca perguntarei “que é?”, mas “quem é?”.
Perguntar-se-á que tem isto a ver com o aborto. O que aqui me interessa é ver em que consiste, qual é a sua realidade. O nascimento de uma criança é uma radical “inovação de realidade”: a aparição de uma realidade “nova”. Dir-se-á que deriva ou vem de seus pais. Sim, de seus pais, dos seus avós e de todos os seus antepassados; e também do oxigénio, do nitrogénio, do hidrogénio, do carbono, do cálcio, do fósforo e de todos os demais elementos que intervêm na composição do seu organismo. O corpo, o psíquico, até o carácter, vêm daí e não é rigorosamente novo.
Diremos que “o que” o filho é deriva de tudo isso que enumerei, é “redutível” a isso. É uma coisa, certamente animada e não inerte, em muitos sentidos “única”, mas ao fim e ao cabo uma coisa. A sua destruição é irreparável, como quando se parte uma peça que é exemplar único. Mas ainda não é isso o importante.
“O que” é o filho pode reduzir-se a seus pais e ao mundo; mas “o filho” não é “o que”, é. É “alguém”. Não um “quê”, mas um “quem”, a quem se diz “tu”, que responderá “eu”. E é “irredutível a tudo e a todos”, desde os elementos químicos até aos seus pais, e ao próprio Deus, se pensamos nele. Ao dizer “eu” enfrenta-se com todo o universo. É um “terceiro” absolutamente novo, que se acrescenta ao pai e à mãe.
Quando se diz que o feto é “parte” do corpo da mãe, diz-se uma insigne falsidade, porque não é parte: está “alojado” nela, implantado nela (nela e não meramente no seu corpo). Uma mulher dirá: “estou grávida” e nunca “o meu corpo está grávido”. É um assunto pessoal por parte da mãe. Uma mulher diz: “vou ter um filho”; não diz: “tenho um tumor”.
O menino ainda não nascido é uma realidade “vindoura”, que chegará se não o pararmos, se não o matarmos no caminho. E se se diz que o feto não é um “quem”, porque não tem uma vida pessoal, haveria que dizer o mesmo do menino já nascido durante muitos meses (e do homem durante o sono profundo, a anestesia, a arteriosclerose avançada, a extrema senilidade, o coma).
Às vezes usa-se uma expressão de refinada hipocrisia para denominar o aborto provocado: diz-se que é a “interrupção da gravidez”. Os partidários da pena de morte têm as suas dificuldades resolvidas. A forca ou o garrote podem chamar-se “interrupção da respiração”, e com uns minutos basta. Quando se provoca o aborto ou se estrangula, mata-se alguém. E é uma hipocrisia mais considerar que há diferença consoante o estado de gestação em que se encontre o menino que vem, a que distância de semanas ou meses do nascimento vai ser surpreendido pela morte.
Com frequência se afirma a licitude do aborto quando se julga que provavelmente o que vai nascer (o que ia nascer) seria anormal, física ou psiquicamente. Mas isto implica que o que é anormal “não deve viver”, já que essa condição não é provável, mas segura. E haveria que estender a mesma norma ao que chega a ser anormal por acidente, doença ou velhice. E se se tem essa convicção, há que mantê-la com todas as suas consequências; outra coisa é actuar como Hamlet no drama de Shakespeare, que fere Polónio com a sua espada, quando este está oculto detrás da cortina. Há os que não se atrevem a ferir, salvo quando a vítima está oculta – pensava-se que protegido – no seio materno.
E é curioso como se prescinde totalmente do pai.
Atribui-se a decisão exclusivamente à mãe (mais adequado seria falar da “fêmea grávida”, sem que o pai tenha nada que dizer sobre se deve matar ou não o seu filho. Isto, obviamente, não se diz, passa-se por alto. Fala-se da “mulher objecto” e agora pensa-se no “menino tumor”, que se pode extirpar como um abcesso repugnante. Trata-se de destruir o carácter pessoal do humano.
Por isso se fala do direito a dispor do próprio corpo. Mas, para além de que o menino não é parte do corpo da sua mãe, mas “alguém corporal implantado na realidade corporal da sua mãe”, esse suposto direito não existe. A ninguém é permitida a mutilação; os outros e o próprio poder público impedem-no. Se eu me quiser atirar duma janela, vêm a polícia e os bombeiros e impedem-me pela força de o fazer. (…)
Não se tratará disto precisamente? Não estará em curso um processo de “despersonalização”, isto é, de “desumanização” do homem e da mulher, as duas formas irredutíveis, mutuamente necessárias, em que se realiza a vida humana?
Se as relações de maternidade e paternidade são abolidas, se a relação entre os pais fica reduzida a uma mera função biológica sem perdurar para além do acto de geração, sem nenhum significado pessoal entre as pessoas implicadas, que fica de humano em tudo isso? E se isto se impõe e generaliza, se a Humanidade viver de acordo com esses princípios, não terá comprometido, quem sabe até quando, essa mesma condição humana? (...)
1 comentário:
Em Espanha chama-se "Nós parimos, nós decidimos"
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